Posponer una actividad que debes atender mientras dedicas tu tiempo a hacer algo menos importante no te convierte en un holgazán, es una práctica más común de lo que uno cree.
Desde el confinamiento has procurado mantener una jornada laboral similar a la que realizabas cuando ibas a la oficina. Incluso has logrado seguir el mismo horario… salvo ese día en que tenías que terminar algo importante y lo pospusiste hasta el último minuto. Entonces fuiste culpable de procrastinación.
Procrastinar es retrasar una tarea fundamental mientras dedicas el tiempo a hacer otras cosas que no son urgentes ni relevantes. Por ejemplo, ahora que no podemos salir de casa, ¿quién no ha cargado la lavadora, revisado el correo electrónico o navegado por las redes sociales antes de terminar sus obligaciones laborales?
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No te sientas culpable. Destinamos el 35% de nuestra jornada laboral a tareas que no aportan nada, y sólo 7 de las 10 horas que requieren estos trabajos son productivas. Otros datos que pueden reconfortarte son los que se extraen de un análisis de la firma de Recursos Humanos Nexian: en condiciones normales —antes de que el estado de emergencia sanitaria obligara al home office— sólo el 50% de la jornada laboral es 100% rentable, y un 15% de ese tiempo se pierde en reuniones poco eficaces, interrupciones o tareas que no aportan valor.
No soy un vago
Marta Romo, socia directora de Be-Up, asegura que “procrastinar no es lo mismo que vaguear u holgazanear, ya que implica que estamos haciendo algo. No es que te acuestes y descanses, o que te duermas, sino que te estás entreteniendo con otra cosa que no es lo que tendrías que estar haciendo”. Romo cree que divagar entre actividades que se pueden hacer en otro momento forma parte de un proceso natural de nuestro cerebro.
Un estudio de la Universidad de Sheffield, firmado por Pychyl y Sirois, revela que la procrastinación está relacionada con el estado de ánimo a corto plazo y con la regulación de las emociones. Lo que estos investigadores descubrieron es que al posponer actividades importantes se prioriza la administración de estados de ánimo negativos. Es la excusa para eludir algo que tenemos que hacer y para lo que tememos no estar preparados.
En este momento en que la tecnología nos lleva de forma irremediable a la multitarea, divagar parece que está justificado y ayuda a liberar estrés: “Procrastinamos cuando aparece el estrés, por eso a nuestros abuelos no les ocurría, ya que se limitaban a hacer lo que tenían que hacer cuando lo tenían que hacer”, explica Romo, aunque reconoce que “hay quien trabaja mejor con cierto nivel de presión”.
Rituales para rendir más
Convertir a la procrastinación en tu aliado para ser más productivo es, por tanto, posible. Esta experta propone:
- No juzgarse en exceso si se pierde el tiempo.
- Hacer tareas automáticas para que el cerebro entre en la fase de ondas alfa. Éstas son más lentas y de mayor amplitud que las beta (denotan una actividad intensa). Hay quien necesita ordenar la mesa de trabajo o prepararse un café antes de empezar. Estos pequeños rituales forman parte de tu rutina y sirven para la relajación previa a la puesta en marcha.
- Fragmentar tareas pendientes. Divide tus obligaciones en pequeños retos. Si sabes que una tarea te va a costar, fragmentarla es la clave para avanzar.
- Establece plazos. Define plazos cortos, si lo abarcas a largo plazo te costará mucho más y, en este caso, la procrastinación sí se puede poner en tu contra para no terminar a tiempo.
Fuente: El Economista